Reaseguro más caro, restringido y escaso
En un año de elecciones presidenciales y legislativas, el gobierno decidió estrangular el pago de divisas para el reaseguro en una actitud de extrema peligrosidad para la solvencia del sistema asegurador, donde el capital y el reaseguro respaldan la garantía de pago de siniestros. Ante un evento catastrófico o un desvío importante de la media, de no existir el reaseguro, el siniestro no podría ser pagado y, eventualmente, la aseguradora liquidada. Por otra parte, debido a los fenómenos mundiales conocidos de la pandemia, guerra y crisis financiera, llegamos a un reaseguro más caro, restringido y escaso, donde no muchas entidades consiguen obtener la adecuada protección debido a las limitaciones que manifiesta el mercado.
Escribe Lic. Guillermo Pastore, Chairman de Special Division
La solvencia de las aseguradoras se sustenta en su capital y reaseguro para hacer frente a los siniestros sean provenientes de estimaciones normales, atípicas o catastróficas.
El alimento y posterior fortaleza de nuestras entidades se afirma primariamente en haber cobrado una prima técnica suficiente en tiempo, haberla podido invertir en instrumentos financieros que generen rentabilidad, en un control profesional de los siniestros y un reaseguro bien estructurado y de calidad.
Desafortunadamente, la mayoría de las condiciones necesarias para ofrecer un mercado solvente no se estarían cumpliendo. Comenzando, en términos generales, con la percepción de una prima insuficiente técnicamente, cobrada en ocasiones en tiempos más laxos que los que se debería. Las inversiones que ostentan los balances y que determinadas normas dan cierto oxígeno para evidenciar un equilibrio inexistente, no reflejan el verdadero precio y disponibilidad de su realización en caso de ser necesario utilizarlas ante el pago de un acontecimiento de envergadura. Los siniestros se encuentran en un espiral exacerbado por una industria sustentada por juicios de valor temerario y por costos inverosímiles de reposiciones tanto en automóviles, como de otros bienes para reembolsar riesgos cubiertos. Finalmente, llegamos a un reaseguro más caro, restringido y escaso debido a los fenómenos mundiales conocidos de la pandemia, guerra y crisis financiera, donde no muchas entidades consiguen obtener la adecuada protección debido a las limitaciones que manifiesta el mercado, y muy agravado por la falta de su pago, por la escasez de divisas que expone nuestro país y proporciona en cuenta gotas y discrecionalmente el acceso a las compañías para hacer frente a sus acreencias pactadas con el exterior.
Internacional
El devenir del Seguro y Reaseguro es un correlato de las situaciones económicas y políticas mundiales. En los últimos años, en el planeta se trastocaron la mayoría de los estándares de valoración.
A partir de la pandemia se modificaron conductas sociales, políticas y económicas. En lo social, una valoración diferente del tiempo, la libertad y el espacio. En lo político, alineaciones geopolíticas más evidententes y agresivas. En lo económico, decrecimiento económico, emisión descontrolada, inflación, rebotes de crecimiento, cambio en el empleo, disrupción en las cadenas de distribución.
La Guerra exacerbó los fenómenos descriptos aumentando el precio de los commodities, aletargando la distribución y ahondando las divisiones geopolíticas.
A continuación las finanzas se alteran a partir de la crisisis financiera que comienza con el Silicon Valley Bank, continuando con algunos otros bancos menores de USA, exportando la crisis a Suiza con el Credit Suisse comprado por la UBS con el aval de la reserva Suiza y posterior afectación parcial del Deutsche Bank. Todo lo anterior generó erosión de los capitales y resultados adversos para los reaseguradores.
Al mismo tiempo, el cambio climático produjo mayores catástrofes de la naturaleza que se tradujeron en huracanes, innundaciones, sequías, incendios. El hombre también sumó siniestralidad adicional con ataques cibernéticos y eventos de riesgo político .
Lo descripto describe un mayor deseo de reaseguro y a la vez una reducción de capacidad, lo cual extrapolando aumentos de demanda y disminución de oferta, resulta en aumento de precios e imposición de restricciones y nuevas condiciones.
Los precios y condiciones se han endurecido en forma segmentada según sea cat y no cat, por tipo de riesgo, y por región. También en forma diferencial, sea contratos (carteras) y facultativos (individuales).
Siempre los segundos reaccionan primero, generando ya en varios casos falta de cobertura.
Guillermo Pastore, Chairman de Special Division, junto a Delia Rimada, Directora de Informe Operadores de Mercado.
Argentina
Con la Argentina inmersa en una realidad complicada en la obtención de capacidad, el gobierno decide estrangular el pago de divisas para el reaseguro en una actitud de extrema peligrosidad para la solvencia del sistema asegurador. El capital y el reaseguro respaldan la garantía de pago de siniestros. La contrapartida del capital de los activos son -en el caso de nuestro país- en un importante porcentaje, papeles de la deuda argentina valuados a un precio que dista enormemente de la realidad, si debiesen ser realizados para el pago de un evento catastrófico o un desvío importante de la media. La simple conclusión es que ante el acaecer de alguno de los casos citados, de no existir el reaseguro, el siniestro no podría ser pagado y eventualmente la aseguradora liquidada.
Al contexto descripto debemos sumarle un año de elecciones presidenciales y legislativas, donde sus candidatos adolecen de propuestas concretas y dentro de sus atributos exhiben discusiones internas, inflación, falta de reservas, pobreza, inseguridad, deterioro de la salud y educación pública, etc.
Pareciera que los ciudadanos han naturalizado el caos y se preparan para elegir en contra de quien más temen o a favor del que pareciera menos malo. No solo es un tema de los individuos, el establishment y los mercados también han reaccionado positivamente alentando la suba de acciones y títulos de la deuda, en la creencia que en un no muy largo período no estaremos peor, obviando las circunstancias actuales.
La percepción generalizada no debería estar equivocada en cuanto a que, en el mediano plazo, las nuevas cosechas rendirán e ingresarán divisas frescas; el aprovisionamiento de energía será un tema en vías de pronta solución; la minería, el turismo y la tecnología darán una nueva ventana de oportunidades a un país que se recicla.
Tanto el seguro como el reaseguro no son indemnes a las realidades descriptas, solo siguen su derrotero con algún pequeño retraso. Por ende, si creemos que en un período determinado la economía va a estar algo mejor, nuestro mercado local también percibirá sus frutos. El tema es la duración de esta etapa en espera de la próxima. Sabemos que existen aseguradoras que demoran en demasía el pago de sus siniestros y pagos de comisiones a sus PAS, también conocemos que muchas empiezan a cancelar coberturas por falta de protección facultativa. No es un secreto que entidades con menor volumen e historia en su relación con el mundo vieron dificultada su renovación contractual, debiendo -en el caso que pudieron- comprar menor protección o estructuras que algún mercado les dispensó solo con el fin de continuar en el juego, pero con coberturas en casos diferentes y más precarias en relación a la verdadera necesidad.
Como entendemos, para los ciudadanos, la economía, el seguro y el reaseguro la variable es el tiempo y cuánto podremos todos soportar los niveles de inflación, devaluación y deterioro social hasta la nueva etapa, la cual es difícil que comience antes del próximo año. Eventualmente las aseguradoras con algo más de alquimia contable puedan subsistir, si obviamente no se produce un hecho o evento generador de importancia que requiera gran disponibilidad e inmediatez, aunque es evidente la vulnerabilidad del sistema.
Quienes en definitiva rijan nuestros destinos los próximos años, ya definidas las fórmulas y las probabilidades de triunfo, no muestran enormes diferencias en su visión. Básicamente, serán distintos en los tiempos, la metodología y las alianzas que puedan aglutinar -o no- un apoyo social de tenor.
Las reformas estructurales imprescindibles para ser el país que merecemos requieren modificar antiquísimas normas laborales, reducir en importante medida el gasto político, concluir con la financiación de empresas públicas eternamente deficitarias, reformar el sistema de jubilaciones y pensiones, contar con autarquía del Banco Central y, fundamentalmente, respetar la ley y la división de poderes.
Volviendo a la oferta electoral, pareciera que se limitan las opciones. Últimamente las encuestas -en ocasiones no muy creíbles- estarían anunciando que al pueblo argentino no le agradan los extremos, evidenciando que no existiría gran disposición por optar por la dinamitación del Banco Cental o nacionalizar los medios de producción y entrar en default con los organismos multilaterales de crédito. Esto mostraría que no existirían diferencias acuciantes en los diagnósticos y las medidas a tomar. Las diferencias se centrarían en las formas, los tiempos y los aparatos en algunos partidos más estructurados que otros que apoyen las modificaciones o hagan el menor ruido posible al momento de su implantación.
Es probablemente el gasto público y la forma de financiarlo el tema central a ser solucionado, no porque el mismo en porcentaje del PIB sea el más alto del mundo, sino por su infinita ineficiencia e improductividad. Hemos escuchado de postulantes que en Suecia es un porcentaje importantísimo del PIB y funciona brindando bienestar a su población, la pequeña diferencia es que claramente no somos suecos.
En Escandinavia, una importante funcionaria soportó un escándalo mayúsculo por disponer, por un período, de 15 euros para los desayunos de su familia. En nuestro país, uno de los desconocidos asesores de cualquier congresista gasta más y ni siquiera es tomado en cuenta.
Nuestros gobernantes han demostrado por décadas que en el manejo del gasto público no han sido los paladines de la eficacia, a partir de una gran historia en desatinos; es claro que la solución es reducirlo.
Finalmente, siempre un largo período de desajuste debe ordenarse, y el mismo tiene un costo. Será el gobernante elegido quien esperemos reparta equitativa y productivamente el desarreglo, y en un tiempo que cause el menor dolor a las clases más castigadas.
Sí es claro que el verdadero cambio cultural no sobrevendrá con inmediatez y requerirá décadas para revertir un proceso de desintegración de valores e instituciones. Será complicado volver a contar con la clase media más educada y de mejor poder adquisitivo de toda América Latina, como ostentar los mejores indicadores de seguridad, salud y educación pública de la región, como supimos estar orgullosos. Y hoy no poder disfrutarlos son un gran motivo de frustración.