Director Ejecutivo de la Fundación «Libertad y Progreso»
«Hoy parece difícil que se ubique la inflación por debajo de 20% y lo más probable es que lo haga un par de puntos porcentuales por encima; lo que implicaría un tipo de cambio acercándose a 18 pesos a fines de año»
1. ¿Cómo analiza el esquema macroeconómico del actual gobierno?
El gobierno ha optado por un esquema de ajuste, que calificó de «gradualista», con la convicción de que de esa forma se puede diluir en el tiempo el costo de resolver el problema fiscal. La realidad es que no es así, simplemente se traslada el ajuste al sector privado. Por ejemplo, manteniendo una presión tributaria asfixiante y, como con eso no le alcanza para pagar las cuentas, tomando deuda en el mercado doméstico; lo cual encarece y vuelve escaso el financiamiento a los consumidores y productores. Como aun así tampoco puede cubrir el déficit fiscal, coloca títulos en el exterior y vende las divisas en el mercado local haciendo bajar el tipo de cambio, afectando la competitividad de aquellos que producen bienes o servicios que se pueden comercializar internacionalmente.
Por otro lado, al analizarse la evolución del gasto primario respecto del PBI sin tomar los subsidios a las tarifas de servicios públicos, las erogaciones suben. Por ende, queda claro que todo el ajuste lo hizo el sector privado, que fue al que le sacaron esos subsidios y perdió poder de compra. No es raro entonces que cuando a un trabajador o empresario del sector productivo se le pregunta por el «ajuste gradual», plantea que en realidad fue de shock, porque tuvo que hacer el propio para resolver el desmadre heredado más el que no hizo el Estado. Cabe aclarar que estamos hablando de los tres niveles de la administración, Nación, Provincias y Municipios.
2. ¿Cómo evalúa la política que lleva adelante el Banco Central?
Si bien en los trazos gruesos parecería bien encaminada, lamentablemente, las autoridades del BCRA pretenden tener más de un objetivo, metas de inflación, financiar al gobierno, sostener el tipo de cambio y tratar de bajar la tasa y aumentar el crédito. Dado que las tres últimas implican emitir pesos y, por ende, depreciar la moneda, las metas de inflación entran en crisis.
De hecho, los excesos de liquidez de principios de 2016 determinaron un primer semestre más inflacionario de lo esperable. En el segundo trimestre, empezaron a actuar más prudentemente y la inflación promedio mensual bajó a menos de un tercio de la del semestre anterior, a un 1,4%; lo cual anualizado daba menos de 20%. Hacia fines de ese año, por un exceso de optimismo, según reconoció el propio Presidente del BCRA, volvieron a emitir para sostener el tipo de cambio y aumentar el crédito interno, con una consecuente aceleración de la suba de precios en el primer cuatrimestre. Nuevamente, corrigieron el rumbo en mayo; pero la crisis política que sacudió al Presidente de Brasil y la decisión de no recalificar a «emergente» a la economía local han hecho caer la demanda de pesos depreciándolo y volviendo a impulsar los precios domésticos y del dólar local. Lamentablemente, como la suba del tipo de cambio es vista como algo positivo, el BCRA no está haciendo nada porque se corrija la baja del valor de la moneda local; por lo que el cumplimiento de las metas de 17% ya es un imposible y pronto también lo será que se ubique por debajo de 20%ia.
La gran pregunta es: ¿Para qué se fijan metas de inflación si no se van a cumplir? Cabe aclarar que el BCRA tiene todos los instrumentos necesarios para lograr su objetivo; lo que no puede es tener más de uno porque su única ‘bala’ es la política monetaria. El esquema de metas de inflación es ideal porque, si se cumple, alinea las expectativas de todos los que operan y hacen contratos en la economía, haciendo que funcione mucho más eficientemente. Ahora, si no se cumplen las metas, es como si no existieran; ya que nadie cree que las siguientes se lograrán.
Un párrafo aparte merece el fuerte endeudamiento del BCRA que es el resultado de tratar de moderar el costo en términos de inflación de tratar de financiar al gobierno y sostener el tipo de cambio comprando reservas. Esto resulta un muy mal negocio; ya que la tasa de interés que se paga es mucho más alta que la suba del valor en pesos de las divisas acumuladas. Luego de haber logrado una cierta mejora de la solvencia fiscal con la salida del cepo cambiario, esta estrategia mantiene en una situación de alta vulnerabilidad al BCRA ante un shock externo. Sin duda, debería dejar de comprar dólares con deuda y sólo hacerlo si el aumento de la demanda de moneda local (por encima de lo que tiene que emitir para el gobierno) lo permite.
3. ¿Qué opina de las medidas adoptadas por la administración Macri en materia de inflación?
El gobierno tiene muy poco para hacer en el tema inflación. La realidad es que los controles o ‘Precios Cuidados’ no sirven para bajar la inflación; como mucho, permiten a la gente tener un parámetro de comparación en un momento en que el alza de precios hace difícil saber qué puede valer cada cosa. Lo que sí podría ayudar es que no tuviera un déficit fiscal tan grande y/o no exigiera al BCRA que le licúe los costos del mismo, en términos de reducción del crédito al sector privado o de baja del tipo de cambio.
4. ¿Qué proyección hace para el tipo de cambio luego de octubre y cómo analiza la política monetaria de la actual gestión?
La única forma de proyectar el tipo de cambio es tener alguna idea de cuánto se depreciará el valor del peso y cómo variará el de la divisa estadounidense en el mundo. Lamentablemente, dado que no hay voluntad de priorizar las metas de inflación, el BCRA nos ha dejado sin brújula para estimar cuánto valdrá la moneda argentina. Hoy parece difícil que se ubique la inflación por debajo de 20% y, lo más probable, es que lo haga un par de puntos porcentuales por encima de ese porcentaje; lo que implicaría un tipo de cambio acercándose a $18 a fines de año.
5. ¿Cómo analiza los indicadores en materia de actividad industrial, creación de empleo, distribución del ingreso y pobreza?
La actividad industrial se vio muy comprometida por dos factores. Uno fue la crisis en Brasil, que es el principal comprador de sus exportaciones. Desde principios de año se observa alguna tendencia a la mejora del nivel de actividad del país vecino; pero muy dependiente de que no haya alguna nueva debacle política.
También pesó la merma del consumo local, cosa que era lógica en la medida que se revirtió el modelo anterior que implicaba saquear a los sectores productivos para financiar consumo artificial, principalmente urbano. Este esquema de comerse la gallina de los huevos de oro en un puchero llevaba a una crisis económica. Sin embargo, devolverle sus recursos a los productores implicó quitarle esos subsidios a los consumidores (por ejemplo, a las tarifas de servicios públicos). En cambio, los sectores productivos que tuvieron una merma de la presión tributaria y el beneficio del fin del cepo tendieron a crecer, poniéndole un piso a la recesión y, luego, empujando para arriba al nivel de actividad. Por lo tanto, recién en los próximos meses veremos que la mejora del consumo se generaliza y eso debería ayudar a la recuperación de la industria que se observó durante el segundo trimestre.
Un párrafo aparte merece el impacto negativo de la baja del tipo de cambio que genera el fuerte endeudamiento externo del Estado. Eso le quita competitividad y, por ende, complota contra una vibrante reactivación del sector. Por otro lado, la estrategia gradualista de apertura, también abarata el tipo de cambio al mermar la demanda de divisas para importar; por lo que los sectores protegidos terminan beneficiándose a costa de aquellos que compiten con importables que no tuvieron el mismo trato o de los que producen bienes y servicios exportables. En definitiva, se baja la producción en los sectores más eficientes para sostener la de los ineficientes. Un pésimo negocio para el conjunto del país; ya que es uno de los justificativos del mediocre crecimiento.
Por otro lado, el modelo kirchnerista nos llevaba a una crisis similar a la que vivió la Argentina a fines de los ´80 o, más actual, lo que ocurre en Venezuela con un régimen económico similar. Evitar la quiebra de un país no es gratis, solamente el costo es mucho menor que el que se paga entrando en una debacle. Por ende, si bien la pobreza aumentó a un tercio de la población, en las crisis que vivimos superó la mitad. Seguramente, durante este año y los que vienen veremos que se va reduciendo lentamente, en la medida que baja la inflación y la economía crece.
En tanto, el desempleo tuvo su peor momento hacia mediados de 2016; pero luego empezó a recomponerse. Los análisis dramáticos del dato de desempleo de inicios de 2017 olvidan que todos los primeros trimestres aumenta la desocupación respecto al cuarto del año anterior. De la misma forma, esa estacionalidad hace previsible que baje en el segundo trimestre; lo cual no necesariamente será para festejar. Es previsible que la desocupación baje con el esperado crecimiento de la economía; pero el problema es que lo hará lentamente debido a que la legislación laboral y la que rige a los gremios es tan retrógrada que desincentiva la creación de puestos de trabajo. Lamentablemente, la población no es consciente del costo que esto tiene en materia de menor empleo y salario; por lo que no reclama ni apoya generalizadamente una reforma en materia laboral.
6. ¿Qué consecuencias genera la política de endeudamiento del gobierno?
Una vez que se ha decidido no ajustar el gasto público, más allá de la baja de los subsidios a las tarifas de los servicios públicos, la única estrategia posible es endeudarse. Es más, también se debió haber tomado en el mercado de crédito voluntario los recursos que el Banco Central estuvo enviando al Estado; ya que creo que es vital que la autoridad monetaria priorice recuperar solvencia y se avoque a cumplir las metas de inflación.
El problema real es, en todo caso, la política de gasto público. Hoy se discute si se podrán cumplir las metas de déficit primario dado el menor crecimiento al previsto por el gobierno. Sin embargo, es lógico que esto pase; ya que estamos obligando al sector productivo a «apechugar» con todo el ajuste. Distinto hubiera sido si el Estado hubiera hecho su parte y, por ende, los productores estuvieran llevando una carga más liviana; lo que dinamizaría el crecimiento y haría todo más fácil en una suerte de círculo virtuoso.
Lamentablemente, se eligió otro rumbo, en gran medida porque la gente se queja de la presión tributaria; pero reclama ante cualquier ajuste que se pretende hacer en el Estado, lo cual es una gran contradicción. Ante la decisión de no enfrentar el costo político que esto presupone, se opta por el endeudamiento; lo cual es el mal menor siempre y cuando no haya una crisis internacional que corte el financiamiento. Hoy no es descartable que haya una nueva debacle mundial similar a la de 2007-8 en los próximos dos años y, si se da, estaremos muy mal parados para enfrentarla, debido a la gran debilidad de nuestra solvencia fiscal.
7. ¿Por qué no se produjo aún «el brote verde» en materia de inversión? ¿Es rentable hoy la inversión productiva en Argentina?
Si bien se observa un incremento de la inversión, está lejos de ser la esperada ‘lluvia’. El que compró un paraguas no tuvo en cuenta que para que esto ocurriera no bastaba con salir del cepo y del default. Sí, provocó la llegada de capitales financieros, que pueden huir ante un cambio de escenario, pero no el de los que vienen a producir y generar empleo, que son de largo plazo. Antes, es necesario resolver dos problemas. Uno es la destrucción de la calidad institucional (seguridad jurídica) que llegó a su punto culminante en los últimos años. Somos el segundo país del mundo que más puestos cayó en el Índice Internacional de Calidad Institucional (https://goo.gl/aLD9Mz), que releva 192 naciones. En el informe de 2017, se dio la primera mejora en más de 10 años, ubicándose 138, avanzando cuatro lugares, y esperamos que siga recuperándose en los próximos años.
Sin embargo, si bien es cierto que se puede confiar que la actual gestión quiere reconstruir la calidad institucional, los argentinos pretendemos vivir en una democracia republicana; lo cual implica alternancia en el poder. Es decir, por bien que le vaya a Cambiemos, en el futuro habrá un gobierno de la oposición y, cuando uno evalúa lo que sus referentes dicen y los proyectos que presentan, no queda nada claro que tengan esa misma voluntad. Entonces, es lógico que, por ejemplo, MSCI no nos haya recalificado a economía ‘emergente’ ante las dudas sobre la ‘irreversibilidad’ del actual rumbo y tampoco que no ‘lluevan’ inversiones que deberán permanecer entre 20 y 30 años en el país para ser rentables.
Otro factor que no colabora es la presión tributaria. Según el Banco Mundial, estamos entre los doce países del mundo que más exprimen a sus empresas. ¿Por qué van a venir aquí pudiendo ir a tantos otros lugares donde los van a tratar mejor impositivamente? Lamentablemente, dada la falta de perspectivas de un verdadero ajuste del gasto público en los tres niveles del Estado, es poco probable que tengamos una reforma tributaria que baje la carga fiscal sobre la economía; lo que complota contra la llegada de inversiones.
8. ¿Cómo impacta en la economía real argentina y en su sistema financiero la grave crisis política, institucional y económica que atraviesa Brasil?
Los problemas de Brasil impactan a través del nivel de actividad en la medida que generan recesión o bajo crecimiento; ya que son los principales demandantes de las exportaciones de nuestra industria. Por otro lado, los picos de crisis generan incertidumbre regional; lo que resta atractivo a las inversiones financieras en la Argentina, disminuyendo el financiamiento externo de nuestra economía. Por último, ese aumento del riesgo termina impactando negativamente en la demanda de pesos y, dada la inacción del BCRA, su valor termina cayendo; lo cual complica bajar más rápido la inflación.