Sergio Berensztein considera que existen tres procesos superpuestos que explican hoy la realidad de los primeros seis meses de gobierno de Cambiemos: la reinserción de Argentina en el mundo, donde existe un mapa claramente distinto en términos de alianzas, procesos y tendencias, lo cual conlleva costos y beneficios; la segunda transición muy significativa tiene que ver con la ‘despresidencialización’ del sistema político, donde el presidente decidió gobernar de otro modo, con un sistema más pluralista y republicano, con más controles y mayor equilibrio entre los poderes del Estado; y la tercera transición tiene que ver con la desestatización de la economía, donde el gobierno está ‘desinterviniendo’ la economía parcialmente, ya que es una salida gradual pero significativa.
Sergio Berensztein, Consultor independiente, Presidente y Director General de Berensztein®, analiza la actualidad sociopolítica argentina.
– ¿Cómo sigue la actividad del Presidente Macri después del episodio de salud en el que se le diagnosticó una arritmia y se le indicó reposo?
– Por la información oficial con la que contamos, y por cómo se lo vio, creo que el Presidente Macri está totalmente repuesto y, por suerte, el episodio de salud no parece que le complique en absoluto el curso de la administración de un gobierno que, obviamente, en coincidencia con los primeros seis meses, es una oportunidad que muchos han tomado para realizar un balance, lo cual creo que es un poco arbitrario por estar cumpliendo seis meses, es decir, por qué no hacerlo a los cinco o siete meses, o en un año. Uno puede tener una evaluación temprana de cómo el gobierno se está organizando frente a una agenda muy intensa, densa y ambiciosa. ¿Esta es una semana importante? Son todas importantes. Diría que primero miremos las grandes líneas y después la coyuntura. Hay tres procesos que se están superponiendo que son los que explican esta realidad. En primer lugar, Argentina, después de mucho tiempo de aislarse y de cerrarse, y de fomentar vínculos con países con lo cuales tradicionalmente no habíamos tenido relaciones intensas, está otra vez en un mapa claramente distinto en términos de alianzas, procesos y tendencias. Argentina está claramente metida en occidente, quiere participar de los organismos multilaterales, tiene vocación de entrar a la OECD (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), se presenta como un actor regional tratando de ser parte de la solución y no de los problemas, es decir, existen atributos ‘no menores’ donde la primer transición es volver al mundo, reinsertarse en el mundo. Esta es una cuestión que tiene costos y beneficios. Los beneficios son obvios, con la cantidad de presidentes que han venido y seguirán viniendo. Han venido Obama, Holland, el primer ministro de Italia y visitas del primer orden, y esto va a continuar. Argentina tiene la vocación de involucrarse. Respecto a los costos, ser parte del mundo implica, por ejemplo, cumplir con las normas de la OMC (Organización Mundial del Comercio), participar incluso de eventos que pueden generar costos, involucrarse en crisis, enviar tropas en misiones de paz. Todo esto es importante pero son los costos de pertenecer a un mundo que busca soluciones cooperativas. Hay algo particularmente importante en este sentido que es qué grado de apertura va a tener la Argentina en términos económicos, de comercio. El gobierno argumenta que, en realidad, el 88% de las posiciones hoy son automáticas, y hay un 12% que claramente está en un sistema de proteccionismo, como el régimen automotor, textiles, juguetes, zapatos y alguna otra cosa. También está el Mercosur que genera un proteccionismo. Pero este no es un debate menor porque en algún momento Argentina va a tener que preguntarse cuándo va a empezar a trabajar en el tema más estructural de la competitividad, qué va a implicar esto en términos de empleo, cómo va a enfrentar la situación de sectores muy protegidos, como la industria blanca. Tierra del Fuego en particular, y la industria en general, tienen un alto nivel de protección. Entonces, creo que aquí hay preguntas importantes. La segunda transición que es muy significativa tiene que ver con la ‘despresidencialización’ del sistema político. La hegemonía política en Argentina se construye desde la presidencia. Este es un presidente que decidió gobernar de otro modo, con un sistema más pluralista y republicano, con más controles, con mayor equilibrio entre los poderes del Estado -Ejecutivo, Legislativo y Judicial-, con un lugar distinto para la prensa y con una relación diferente con los gobernadores. Una revolución política sin cambiar la Constitución. En todo caso, cumpliéndola, que no es poco. En ese orden, me parece que hay un reacomodamiento de un sistema que no está acostumbrado a esta clase de liderazgos. Y de hecho, hay una queja o un reclamo de comunicación distinta. En realidad, comunica como un presidente normal, no como un presidente que está permanentemente dando señales desde los medios, muchas veces con cadenas -o sin cadenas- pero monopolizando prácticamente la palabra pública, esto no sucede. Es un presidente que tiene un gabinete importante, jerarquizado, con ministros de fuerte personalidad y con agendas en sí mismas muy importantes. Y creo que esto también es una marca de esta época.
– Una crítica que se le hace al gobierno es que la economía no está manejada por un ministro tradicional, sino por una mesa chica o gabinete que toma las decisiones…
– Existen varias mesas. Creo que más que ver el método, hay que analizar el resultado. Y la verdad que es demasiado pronto para ver el resultado de un programa de estabilización. Si baja la inflación y vuelve a crecer la economía, ¿alguien se va a preguntar cómo lo hizo el presidente? Sí, probablemente los académicos van a estudiar cómo fue, pero seguramente se van a focalizar en las políticas, no en el método de implementación. Hay una rama de la administración pública que lo ve pero es algo muy finito. Si sale mal, seguramente le van a echar la culpa a este sistema. Pero seis meses es demasiado pronto, nunca se tienen resultados tan pronto.
– La sensación de la calle es que el gobierno sigue adelante tras sus objetivos sin medir el costo social en el día a día de las medidas que toma…
– No coincido, creo que lo miden todo el tiempo, y las medidas que toman son para compensar o limitar esos costos. ¿Esto tiene un costo? Sí, pero podría ser mucho peor, sobre todo si no se hacía lo que se hizo. Para quienes afirman que los argentinos no queremos cambiar demasiado, puede ser, pero lo difícil aquí es generalizar, porque «los argentinos» es un término válido pero muy englobador. Si uno mira sectorialmente, hay argentinos que efectivamente tienen miedo al cambio, y hay otros que votaron por ese cambio. De hecho, la coalición gobernante se llama ‘Cambiemos’. Ahora, existe una tercera transición que, al mismo tiempo que las dos que antes mencioné, está generando un claro vector hacia algo distinto, que tiene que ver con esto, y es la desestatización de la economía. Es un gobierno que está ‘desinterviniendo’ la economía, no totalmente, sino parcialmente, ya que es una salida gradual, pero muy significativa. Y en múltiples dimensiones, uno ve un Estado que está diciendo: «creo que el mercado es la mejor forma de generar valor y el Estado tiene que redistribuir y acotar los costos». Y hacia eso se están dirigiendo en conjunto y en instrumento de políticas, algunas en sí mismas revolucionarias, como por ejemplo la cuestión de los jubilados, que involucra 2,5 millones de juicios, lo cual es espectacular ya que durante años no hubo una solución, donde 75 mil jubilados murieron sin dejar descendencia y sin cobrar. Esto fue un robo y un escándalo. Por lo tanto, creo que es una medida revolucionaria, que además se mantuvo en secreto. Había trascendido lo del blanqueo, pero no lo de los jubilados. Se empieza a debatir una ley que tiene un punto central que expone precisamente esta idea de frenar el intervencionismo y revertirlo parcialmente. Está, por ejemplo, el debate del Fondo de Garantía de Sustentabilidad. La verdad que una de las medidas más intervencionistas -uno puede estar a favor o en contra, sólo estoy describiendo- que tomó el gobierno de Cristina fue precisamente el fin del sistema de AFJP, que claramente era un sistema imperfecto, ya que era obvio que funcionaba mal porque dejaba mucha gente afuera y había generado un déficit enorme en el sector público, que fue uno de los motivos del default, no el único pero sí muy significativo, con un 3% de déficit acumulado muy difícil de financiar. Ahora, las acciones en manos de las AFJP pasaron a la Anses, la cual las utilizó, no al comienzo pero sí desde que se radicalizó el gobierno de Cristina a partir del 2011, para influenciar, muchas veces de forma ridícula, en las principales empresas del país. Era el símbolo más claro de la intervención del Estado sin ningún motivo. ¿Para qué se usó? Para nada útil. Yo creo en el rol del Estado, pero no en ese rol. El Estado tiene que brindar bienes públicos esenciales: seguridad, infraestructura básica, obviamente acceso a la justicia, educación, salud, cultura y medio ambiente, que son las cosas que no hace el Estado, es decir, no hace lo fundamental y quiere dedicarse a poner directores jerárquicos, en general amigos del poder y sin ninguna calificación en empresas de primera línea. Esa era la calidad de la intervención pública en la economía, que no se vio para nada. La calidad de la intervención pública en la economía fue la destrucción del Indec, fueron los cepos. De eso estamos saliendo. Creo que cuando uno evalúa la dimensión del daño que se generó a la economía en las reglas de juego y en los resultados en los últimos años, advierte el desafío que tiene el actual gobierno. Y en ese sentido, todos los días vemos decisiones que efectivamente tratan de aplacar, moderar y morigerar el impacto de lo heredado, y empezar a generar un camino distinto.
– ¿Existe un déficit comunicacional del gobierno dirigido al común de la gente, respecto al real estado de situación en el que encontró el país?
– En primer lugar, el gobierno pensaba al comienzo que podía implementar el plan de estabilización no solamente sin grandes anuncios, sino sin hacer una especie de estado de situación del Estado, que finalmente presentó. Es cierto que para hacer algo seriamente se precisa tiempo, y que en ese tiempo hubo que implementar una cantidad de medidas costosas socialmente. ¿Lo presentaron con la dimensión y el músculo necesario para que todo el mundo se entere? Probablemente, no. ¿La gente quiere enterarse de esto? No, quiere resultados. Al mismo tiempo, cuando uno evalúa la imagen del gobierno, del presidente y de la oposición, con total frialdad, ¿hay motivos para preocuparse seriamente desde el punto de vista de la comunicación? La verdad que no. Es un gobierno que tiene 60% de imagen positiva y el presidente más del 50% de imagen positiva. La oposición no está beneficiándose. Hay líderes que tienen buena imagen, como Sergio Massa, pero el Presidente y María Eugenia Vidal siguen siendo claramente los líderes con mayor presencia y prestigio en la sociedad, y Rodríguez Larreta también. Y si no, aparecen los Urtubey o los Massa, que son tipos moderados, es decir, no gana Cristina. La imagen de Cristina está cada vez peor por diferentes motivos. No es un dato menor la cuestión de la corrupción. Por lo tanto, no hay motivos para preocuparse desde el punto de vista de la comunicación si uno lo mira objetivamente. Es claramente discutible, pero criticar al equipo de comunicación del Presidente que ganó tres elecciones para Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, una elección para Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y otra para Presidente de la Nación, con un partido casi vecinal y una coalición electoral minimalista, con partidos que venían de fracasar electoralmente, fue una alquimia políticamente muy exitosa. Por supuesto, el contexto, la selección de candidatos por parte de Cristina, Zannini, Aníbal, todo eso influyó, pero comunicacionalmente fue un éxito. Entonces, no creo que haya un problema comunicacional, sino en todo caso, de estrategia política, que uno puede analizar más fríamente, en particular la cuestión de hacer -o no- un pacto de gobernabilidad, ampliar -o no- la coalición, etc., pero es otra clase de discusión. No es comunicación, sino estrategia.
– ¿La economía, y particularmente la inflación, es el problema más grave que condiciona al gobierno en el día a día, de cara a los próximos meses y al 2017?
– Creo que existen cuatro temas -el económico es uno de ellos- que tienen que ver no solamente con la inflación, que está bajando y seguramente va a bajar mucho más, sino con el crecimiento. Si se baja la inflación y Argentina no vuelve a crecer, claramente se va a profundizar el desencanto en el segmento de la sociedad que está esperando que la cosa rebote. Creo que existe una apuesta a que en algún momento la economía va a rebotar, pero hay que ver cómo se siente ese rebote, qué impacto tiene, y ahí aparece un enigma. El gobierno tiene muchas cosas para hacer para alimentar ese rebote. Algunas tienen que ver, entre otras cosas, con el pago a los jubilados, que es una inyección de dinero que en buena medida -en un porcentaje enorme- va a ir al consumo. El blanqueo va a ayudar. El gasto público mejor ejecutado también, sobre todo la obra pública. Es tal el nivel de desidia, corrupción y malas decisiones que tomó el gobierno anterior, que simplemente corrigiendo eso, va a haber un salto positivo. Los commodities -como la soja- también ayudan. Creo que hay motivos para mirar -no digo comprar el discurso del ‘segundo semestre’- que existe una tendencia, donde se han corregido algunas distorsiones -otras no-, por ejemplo el déficit fiscal; y hay un mundo que tampoco ayuda demasiado, donde la buena noticia es que parece que Brasil ya tocó fondo, es decir, hay una cantidad de cosas que hay que monitorear, pero en principio, lo económico va a ser uno de los atributos o temas clave de aquí a las elecciones del año próximo, que es claramente el punto de inflexión de esta primera etapa de la administración Macri.
Luego viene el segundo capítulo que es el político, en cuyos términos la gran pregunta es si al gobierno le alcanza con los recursos que tiene actualmente, incluyendo esta estrategia de presidencialismo de coalición, para llegar a las elecciones todavía con un control de la agenda como el que tuvo hasta ahora, a veces ganando (holdouts), a veces perdiendo (doble indemnización), pero manteniendo el control de la agenda. Ellos creen que sí, y que a partir del resultado de esas elecciones van a poder, de alguna manera, redefinir qué hacer. Algunos creen que es demasiado escaso, que les cuesta muy caro sobre todo en términos fiscales, porque para cada arreglo hay que poner plata, y sin ese dinero los gobernadores no te votan. Hay que esperar el resultado para saber quién tiene razón. Pero no hay ninguna duda que políticamente la clave de todo esto va a ser el resultado de las elecciones. El tercer capítulo -y esto no es menor- es si tolera la sociedad argentina en general, y los sectores más vulnerables en particular, las consecuencias esperables pero no menores de esta estabilización. Aquí no hubo ajuste, sino un proceso de estabilización, dado por salir del cepo, bajar la inflación, etc., que generó -y está generando- un conjunto de costos sociales, por ejemplo, una situación complicada en la economía informal mucho más que en la formal. Por eso, la doble indemnización no servía de nada, porque el sector informal es el más complicado, y son los sectores más vulnerables los que más sufren todo esto. Ahí hay un gran enigma. Hay muchos segmentos en Argentina que creen que esto es peor que el año ’55, que como dijo Moreno -que en su exageración es medio patético pero expresa a un segmento acotado de la sociedad, muy identificado con la anterior gestión- que dice: «Ni Videla le sacó la comida a la gente», cuando recordemos que desde el anterior gobierno decían que Videla había desindustrializado a la Argentina, lo cual es una contradicción, pero pone de manifiesto la visión que tiene este segmento de lo que está ocurriendo ahora. Decir que este es un gobierno peor que una dictadura, puede eventualmente justificar medidas extremas, que espero que este segmento de la política no las tome. Pero si uno tiene una dictadura gobernándolo, que le quita el pan a la gente, ¿no amerita esto una medida extrema de rebelión? Espero que no, pero el argumento en este sentido es gravísimo, porque es una situación parecida a la de La Tablada, donde convencidos que había un golpe de estado, ¿qué hicieron?, ¿defendieron la patria? No incluiría en este segmento al sindicalismo, donde la mayoría de los sindicatos o los sindicalistas tienden a un juego de negociación. Solamente un segmento muy acotado de los más radicalizados piensa así. Algo para monitorear es el control de la calle, las protestas, y segmentos que están efectivamente peor, con lo cual, no sabemos cómo esto va a ser canalizado de aquí en adelante. El gobierno, consciente de esto, está preocupado y respondiendo. Por lo tanto, hay que monitorear la economía, la política y lo social, con estas características de la Argentina, que es un país que en una época de precios récord y crecimiento récord, acumuló un tercio de pobres. Ahora estamos con un crecimiento estancado hace 5 años y con una política de estabilización para bajar la inflación, que es condición sine qua non para volver a crecer. En el medio, obviamente este segmento vulnerable está peor, no hay ninguna duda. Entonces, hay que monitorear esto. Y la cuarta cuestión es la inseguridad, donde por supuesto se trata de algo histórico, que empeoró muchísimo durante la etapa de los Kirchner, donde no hubo política de seguridad, crecieron de forma desmadrada las redes de narcotráfico, el Estado fue siempre parte del problema y nunca de la solución, se incentivó y alimentó la crisis del sistema peninteciario, y el sistema judicial penetrado obviamente también por las redes del crimen organizado. Esta es la situación de partida. ¿Puede mostrar éxito el gobierno en el corto plazo? No, es imposible. Tiene que cambiar el capital humano, los métodos, invertir mucho dinero, mejorar la justicia y el sistema penitenciario, en un contexto donde además la sociedad está como está. Entonces, me parece que estos cuatro niveles de análisis presentan desafíos enormes: lo económico, lo político, lo social y la seguridad. En función de cómo avance esto en el próximo año, veremos el resultado de las elecciones.
– ¿Va a existir gente presa en esta historia por causas de corrupción?
– En primer lugar, ya hay gente presa. Hay investigaciones que van a continuar y a profundizarse. Otras, como siempre ocurre, no van a avanzar demasiado. Son causas muy complejas que no manejo, no es mi especialidad. Mi impresión es que la justicia tiene el desafío de funcionar de manera imparcial y cada vez más autónoma. Son sistemas y personas que están acostumbrados a un juego totalmente distinto, y es natural que exista un reacomodamiento como parte de esta ‘despresidencialización’ a la que me refería antes. Hay casos recientes en el mundo donde esto funcionó bien. En México, por ejemplo, a partir del presidente Zedillo, hubo también un proceso de despresidencialización del sistema político y la justicia ha tomado un nivel de autonomía, donde por supuesto no es una justicia perfecta ni mucho menos, pero funciona de forma mucho más autónoma de lo que lo hacía antes de Zedillo. Tal vez en ese sentido, Macri termine siendo un punto de inflexión, pero no se puede esperar que esto pase de la noche a la mañana. Así que, se puede esperar un avance, más en algunas causas que en otras, seguramente habrá causas nuevas, u otras que están retardadas pueden sufrir una especie de vuelco en función de alguna evidencia o algún arrepentido, no me cabe duda.
– ¿Qué rol cree que juega hoy el Papa Francisco en la política argentina?
– Me parece que hay demasiada obsesión en la Argentina con el papel que tiene el Papa Francisco en la política, en parte porque cumplió un rol fundamental para evitar desbordes del gobierno anterior. El Papa contribuyó a que «este jumbo que estaba a la deriva» a partir de la derrota electoral de 2013, pudiera aterrizar sin grandes daños. Ahí creo que contuvo muchísimo al piloto, y no creo que obtenga el crédito que merece por eso, porque la pregunta aquí no es por qué el Papa recibía a la ex Presidenta, sino qué hubiera pasado si esa reunión no se hubiera llevado a cabo, y la contención que implicó su presencia. Además, recordemos que el Papa a veces estuvo dos horas con la Presidenta y otras no la recibió, como en Paraguay o en Cuba. Así que ahí existió un manejo y una contribución no menor. Macri recién empieza a gobernar. ¿Cuál es la relación del Papa con el gobierno de Macri? La estamos viendo, ¿por qué voy a juzgar a partir de lo que pasó en estos primeros seis meses? Lo mismo cuando me preguntan: ¿Y cuál es la gestión económica del gobierno? Se tomaron medidas. Algunas tuvieron impacto muy positivo, como la salida del cepo, donde hoy se está cayendo el dólar. ¿Recuerdan cuando decían que el dólar iba a estar a 25 pesos? Hoy sobran dólares, siempre estuvieron en realidad, pero la gente no se los iba a dar a Cristina porque pensaba que se los iban a robar o iba a haber una nueva expropiación. Es decir, no había dólares a 9 pesos, pero sí hay a 14 pesos. Es una cuestión de precio, no de cantidad. Por lo tanto, hay cosas que se hicieron bien, otras que tienen un costo, y algunas que no sabemos si van a salir o no. ¿La tasa a 30 y pico es alta? Depende. Si uno mira la inflación, no es tan alta. Por supuesto, que una tasa de 30% respecto al mundo, la gente te mira como si fuera una locura, porque en el mundo la tasa es prácticamente cero. Naturalmente, una cosa es la real y otra la nominal.
Entonces, hay que mirar la relación con una figura y, por otra parte, no se la puede mirar sólo desde la política. Creo que tiene razón el presidente de la Corte, donde reducir al Papa Francisco a un liderazgo político es no entender su dimensión religiosa, simbólica o espiritual, es decir, es mucho más que un líder político. Por supuesto, es un líder porque trasciende y uno no puede mirarlo de ese modo solamente. Por lo tanto, creo que hay que tener una mirada más parsimoniosa y tranquila, y entender primero que la relación de los líderes cambia a lo largo del tiempo; segundo, estamos en el comienzo de un proceso que va a durar por lo menos cuatro años, sino ocho; y tercero, el Papa tiene una agenda muy compleja, no se ocupa sólo de Argentina. Quizás hay cierto nivel de detalle, del día a día, que se pierde. Frente a las suspicacias respecto a quién recibe o con quién se reúne el Papa, los que al comienzo más críticas -incluso con conceptos exagerados y equivocados- le hacían al Papa eran los sectores más de izquierda de la Argentina, mientras que hoy son «más papistas que el Papa», literalmente. Es cierto que esto le costó al Papa la crítica de otro segmento de la sociedad argentina, pero si uno mira hoy, de manera notable él se ocupó de despejar cualquier interrogante que tuviera en dos segundos. Por otro lado, al hacerlo, desactiva ciertos conflictos porque se convierte en una referencia natural. Es decir, hay líderes que sin haber sido recibidos por el Papa Francisco, tal vez hubieran tomado posturas más beligerantes. El hecho de tener una referencia en una figura que, por definición, llama al diálogo y a la concertación, y desactiva conflictos como el Papa, esos segmentos quedan muy limitados. Y cuidado, porque tal vez no se aprecia tanto, pero mi impresión es que el Papa le está haciendo un enorme favor al actual gobierno, desactivando esos conflictos. Por ejemplo, un rosario a Milagro Sala, tal vez desactiva a una organización como la Tupac Amaru que tenía capacidad de bloque de ebullición. Potencialmente, veo que la Tupac Amaru tenía un riesgo no menor que ahora, por el hecho de estar de alguna manera contenida a la distancia y con un rosario, fue mucho más efectivo esto que el protocolo. Por lo tanto, no creo que el Papa reciba el reconocimiento adecuado teniendo en cuenta la contribución que está haciendo a la paz social.